Todo sobre Naty
Siento su multitud.
J. L. B.
Mi
amiga Naty asegura que: no se puede tener sexo sin dejar de engendrar algo,
cualquier cosa. ¿No puedes explicarte
mejor? Podría intentarlo aunque a mí nadie me entiende. Naty presume ser la
persona más incomprendida del planeta. Su
vida es para el mundo una adivinanza. Cuando la conocí, -a mí nadie me conoce- ¿me
dejas continuar? No vislumbré lo abarrotada que estaba de gente. Sin hacer
referencias a múltiples personalidades o trastornos bipolares, Naty jamás está
sola. Suele describirse a ella y a sus acompañantes como “un racimo de uvas”. Atrapada día y
noche en una masa de personas que se mueven y hacen bulla sólo para ella. ¿Verdad,
Naty? Yo conocí a un Oso bipolar una
vez que decía vivir al mismo tiempo en el note y en el sur. Pero los osos no hablan. Yo no estoy loca, sé que no hablan. Me lo escribió
en una carta de amor. Era poeta, fue una bonita relación. ¿Pero te atraen los
osos?, pensaba que eras lesbiana. Obviamente era un Oso hembra. ¿Y cómo terminó todo? ¿De qué otra forma iba a terminar? Los polos
están muy lejos, se enfrió la relación.
Naty,
en definitiva carece de amores estables; aunque siempre está enamorada. Lo único consistente en su vida amorosa son
las mujeres. Ella se considera mujer de una sola dama. Y desde los siete años
cuando le confesó al cura, que le daba clases de catecismo, sus extraños
sueños eróticos con la virgen María, ha decidido resguardar un poco su
secreto. ¿Te hizo daño? Me obligó a tomarme tres litros de agua bendita para
que orinara al diablo. Qué horror. Sí, sí
la religión me ha hecho perder la fe en los hombres, asegura mi amiga
mientras se soba un seno.
Desde
que somos amigos los amores de Naty han sido motivo de profundas depresiones. Y
es que, de hecho, no han sido muchos. Tampoco ha tenido una vida sexual
demasiado movida. Seamos claros, he hecho el amor cuatro veces con cada una.
Entonces, supongo que tienes doce hijos. En realidad son trece, y no son mis hijos. Ayer me dijiste que nacieron
de ti. Sí, pero no los parí. Y no es lo mismo. Ni siquiera son personas.
¿Entonces qué son? Porque debemos llamarlos de alguna forma para la continuidad
del relato, ¿”fecundados” te parece? No, no, ellos son mis Cosos. Suena un poco
ridículo, Naty. Por supuesto que te suena ridículo eres hombre, y a mí nadie me
entiende. Nos miramos ambos con desaprobación unos segundos, y continúo con la
historia:
Los
cosos de Naty comenzaron a nacer cuando tuvo su primera relación sexual. Inesperadamente
de un jalón de pelo el coso la tiró de la cama y se le montó en el hombro
izquierdo como un loro. Es el que más habla, aunque no le entiendo nada al
pobrecito, sospecho que se comunica en sueco. Ese primer coso la alertó de las
consecuencias insospechadas de su sexo
no seminal, donde siempre termina por nacer algo. Y lo peor es que la gente no
se da cuenta, pero cuando uno hace el amor acaba por reproducirse, es biológico
e inevitable. Naty, no obstante
biológicamente dos mujeres no pueden tener un hijo. Ya te dije que no son mis
hijos. Y no importa que sea hombre/hombre, mujer/mujer hombre/mujer, con condón
o sin condón, algo nace. Sólo que algunos los vemos y otros no.
De
aquel romance a Naty le quedaron tres cosos. Y comenzó a sentirse un poco
pesada al caminar con esas presencias enchucadas todo el rato. ¿Y tu pareja no los vio? Nunca, porque no
le interesaron. Era una fingidora. Nada
de la relación le interesaba. Si te
consuela, Alexandra jamás me cayó bien.
¡No digas su nombre que los cosos entran en pánico! Luego de media hora en la
que mi amiga Naty se acurrucó con los oídos tapados ante gritos que, en
apariencia, sólo le afectaban a ella, pude proseguir recolectando información.
En
las sucesivas relaciones siguieron apareciendo estos cosos justo luego de tener
sexo. Y para consternación de Naty nunca
se superponían o desaparecían, sino que se sumaban. Todos encima, todo el tiempo; igualita a un
racimo de uvas, no juegue, si supieras lo difícil que es pasar por las puertas
con el montón de gente que soy. Alimentarlos es otro problema. ¿Y comen? Sí,
pero sólo piezas repetidas de rompecabezas, es un suplicio encontrar comida
para los trece. Aún no entiendo por qué
son trece… ¿Por qué más? Por el bastardito.
Este
peculiar coso de Naty no nació de una relación sexual, o bueno más o menos.
Resulta que cierta noche compartía cama con su hermano, el menor, y no aguantó
las ganas de masturbarse. Fue todo un pajazo, pero al final sentí raro y estornudé. Mi
hermano despertó pero no se fijó en nada extraño. ¿Sabes? Ahora que lo pienso,
el moco que boté era un poco raro, tenía así como una carita de gente. ¿Te
refieres al moco vaginal?, No, no chico, el del estornudo. El coso incestuoso,
la saludó con sus ojitos de sapo mortífero a la mañana siguiente. Me dio un susto,
es el más feito, pero le tengo cierto cariño. ¿Cómo son? Pues, los cosos son
como yo pero como de un metro, asexuados, y cabezones. Entonces todos son
iguales… Al contrario cada uno es diferente. Físicamente, me refiero. Yo también. Pero acabas de decir que todos
son… Yo sé lo que dije a mí nadie me entiende. A lo que amiga se retira enojada
por mi incomprensión. Al salir por la
puerta, procura hacerlo primero mirando
bien de cerca las medidas del marco, hasta que finalmente cruza de perfil con mucho cuidado para que quepan
todos los cosos.
Continuando
con la entrevista. Naty, ya menos enojada me confiesa que tuvo miedo de
volverse a masturbar luego del nacimiento del coso incestuoso. Sin embargo,
encontró la solución masturbándose por el culo.
Es de un bueno, afirma mi amiga mostrándome el dedo del medio, lo único malo
es que da risa. Lo hago frente al
espejo, y al verme así con las piernitas al aire, no puedo dejar de recordarme
a un pez globo, mira así: me ilustra Naty, inflando mucho los cachetes y
llevándose el dedo a la boca, ¡es divertidísimo!
Pero
lastimosamente muy poco es diversión en la vida de mi amiga, como lo mencioné
antes sufre de profundísimas depresiones en las que no puede ni moverse, afirma que hay
días que es movida por los cosos. Que incluso anda inconsciente por la calle,
pero ellos como titiriteros, son los que
hacen que cumpla sus funciones motoras. Lo único extraño que notan los demás es
que la ven ojerosa y quejándose en sueco.
Es que todos nacemos con una función, la mía es amar. Si no amo me
siento inútil. ¡Dime con trece bocas que alimentar! A mí nadie me va a querer,
llora Naty, es que ni uvas parezco, así tan rodeada y vacía luzco más bien como
un racimo de cocos. Ella sufre porque no ha tenido buena suerte con sus amores,
a pesar de serles fiel hasta en el inconsciente. Todas se terminan yendo y
dejándola con más carga. Por ello ha decidido tomar cartas en el asunto, y no
precisamente cartas de amor. Para encontrar a la mujer de su vida ha comenzado
una búsqueda más bien espiritual. He aprendido a ver los colores del alma ajena
en un tutorial en you tube, sólo las almas magentas conectan conmigo. ¿Y es
verídico? Por supuesto. ¿De qué color es
la mía? Los hombres no tienen alma, responde tajante. También de un libro que probablemente
inventó, es que no recuerdo al autor. Sacó la idea de que el amor tiene ochenta
y siete piezas y puede engranarse como un rompecabezas. Presume saber, con tan
sólo ver fotografías, si las piezas de sus posibles conquistas encajan con las
de ella o no. Yo me figuro que todas
estas teorías son sólo excusas para no enseriarse con nadie, por temor a
generar nuevos cosos. Pero ante cualquier refutación de mi parte, asegura que
no la entiendo, ni a ella, ni a las teorías.
Desgraciadamente
las entrevistas debieron posponerse. Pues la madre de mi amiga Naty, tuvo la
facultad inesperada de ver sus cosos, y enojada ante la promiscuidad tan
arrolladora de su hija, ¡trece veces por dios santo!, la mandó a un convento de
monjas para saldar sus faltas. ¡Pecados
mortales, y aún soy virgen! Lo único bueno, me escribió en una carta, es que
ella se quedó con todos mis cosos, y ya no siento la carga encima, aunque admito
que a veces los extraño. Sé que están en buenas manos, las abuelas saben cómo
cuidar de sus nietos. Pensé que no eran tus hijos. Y no lo son, a mí nadie me
entiende mejor no me escribas más. Me respondió en la última carta que le
envié.
El
día de ayer me pareció verla sentada en un banco solitario en la catedral. Estaba
vestida de sotanas, y reía a carcajadas ocupando, de alguna forma, ella sola, toda
la fila posterior de bancos de la iglesia. Entendí, al verla tan feliz, que quizá
ya había encontrado el amor. Tal vez en Dios. Aunque analizándolo bien, estando
tan sola y a la vez tan apretujada, comprendí que de seguro ya alguna monjita
la había llenado de gente.
Texto escrito por Jesús Amalio Lugo
Cátedra Libre de Literatura Agustín García
Diciembre 2014
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