Cátedra Libre de Literatura Agustín García
1 ago 2016
31 ene 2015
5 ene 2015
"Todo comenzó con las lluvias" por Suso Glez / Narrativa / Ci- Fi en Falcón IV
Todo
comenzó con las lluvias. Las nubes
cargaban el agua en lo alto de la sierra y la descargaban en las tierras llanas
de los antiguos pantanos de Coro. Después salía el sol y en apenas unas horas
el agua era devuelta al cielo para renovar el ciclo, así, una y otra vez
durante siglos. Pero aquella mañana de abril, el sol, simplemente, no salió.
A
esa primera tormenta le sucedieron otras más, las nubes descendían negras,
furiosas, como violentas explosiones húmedas deseosas de anegarlo todo.
“Ciclogénesis”, anunciaron en los noticieros. Pero pronto, las precauciones
tomadas para salvar los primeros inconvenientes producidos por las
inundaciones, se tornaron inútiles. Nada impidió que los niños aprovecharan el
comienzo de las lluvias para jugar con la abundante agua, pero la cosa era
mucho más seria que un juego.
El
día iba avanzando y la situación se tornó cada vez más preocupante, todo el
mundo comenzó a subir los enseres más importantes a los pisos de arriba o ya
incluso a los tejados. Alrededor de las 6 la electricidad desapareció por
completo y apenas las linternas y las primeras fogatas en los tejados
iluminaban las pequeñas islas que en forma de manzanas emergentes se habían
formado. Afortunadamente, durante la noche la gente empezó a organizarse en
pequeñas comunidades y a ayudarse viajando en pequeñas balsas improvisadas,
socorriendo a los ancianos y a las personas con mayores dificultades. Apenas
daba tiempo a pensar en el desastre. Sobrevivir, sólo sobrevivir. Los teléfonos
móviles servían para conocer el estado de los seres más cercanos y para
socorrer las situaciones más perentorias. Con el amanecer llegó el ejército y
comenzaron las primeras evacuaciones en dirección a la sierra, los botes y las barcas de los pescadores
fueron los que más ayudaron. Prácticamente todos los edificios de adobe fueron
colapsando uno tras otro, primero las casas, después las iglesias y por último,
la catedral. Paradójicamente los edificios menos hermosos, los de hormigón y
hierro quedaron en pie. Como es natural, algunas personas se negaron a
abandonar sus posesiones, e intentaron rehacer sus viviendas en aquellos
edificios más altos que quedaron por encima de las aguas, incluso un italiano
construyó una especie de góndola que era impulsada por el antiguo motor de
gasolina de una motocicleta, todo, todo, menos aceptar una realidad que había
venido para quedarse. Las aguas habían venido para quedarse.
Ha
pasado el tiempo, transcurre el año 2.037, apenas han quedado, tras “La
Inundación”, una decena de edificios que sobresalen de entre las tranquilas
aguas del pantano. Sus estancias son
habitadas por algunos albatros y gaviotas y permanecen llenas de salitre,
podridas, herrumbrosas. Sus siluetas reflejan angulosos fantasmas en las horas
próximas al ocaso. Las ahora tranquilas aguas del pantano guardan un silencio
absoluto, un silencio que, según una leyenda que relatan los pescadores de la
marisma de Coro, solo se ve interrumpido cuando al aproximarse a una de las dos
antiguas torres Manaure escuchan salir desde un quinto piso unas voces jóvenes
que ríen, relatan cuentos y hasta declaman poemas que se escuchan
“nítidamente”.
Suso
Glez.
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