El hecho de caminar es consabidamente un acto cotidiano y normal, Yoel camina en forma recta por aquella calle, ¿Cuál calle? Se topa con el portón, esa puerta marrón ornamentada con un aldabón macizo que parece simular un recuerdo de olores salados, y esos olores, ¿de dónde provendrán? Vacilante, percibe que tales tufos alcalinos emanan de aquel lugar que se empecina con la idea de ser su hogar.
Recostado junto al umbral con su hombro izquierdo cansado del viaje, se aboca la tarea de observar lo que hay dentro, asoman sus vidrios molestos lámparas colgantes que disfrutan un libidinoso placer de inutilidad. Otra vez, regresaron estos pútridos efluvios que se incuban en mis paredes como un asqueroso coleóptero. Este montón de cuadros se le confundían en su memoria, los que al parecer su padre había adquirido en una subasta, o los había robado, ni él ni yo lo sabemos todavía. El nombre de un tal Miró brotaba en relieve como un raspón cualquiera, encima del taburete, cerca del reloj; un modelo del famoso, o presunto famoso Picasso, imprescindible en casos como este, vanagloriaba de céntrica ubicación. Con frecuencia he pensado que Ruíz durante sus exaltaciones geniales tuvo como requisitos inseparables un porro y un afiche de la Marilyn. Sus deseos eran revisar y reconocer, pero todo se le tornaba nubloso, con el afán de cerciorarse hizo el cuatro, se mantuvo diez segundos, tiempo suficiente para diagnosticar que estaba exento de todo conjuro etílico. Los requisitos no los presiento como estimulantes creativos sino como sus compañeros más íntimos. Él mismo sostenía la idea de que si la inspiración existe tiene que encontrarte jodiendote el lomo. Escudriñando la confección interna de aquel supuesto hogar intentaba detallar lo que ocurría, percatándose entonces de que absolutamente nada pasaba, lo que si transcurría era ese maldito viejo inmortal, jactándose de ser lo único que veía acción en aquel escenario por lo demás insoportable. Sí, era la calle Colombia, es que la Ecuador también queda cerca de ahí. Es muy extraño esta no es la de su residencia. Quien está equivocado seré yo o es Yoel quien está confundido de vereda y es por esa razón que todo se le desdobla haciéndose remoto y desconocido.Exhausto decidió sentarse en el mueble extranjero acolchonado, y aunque probó múltiples posiciones no experimentó esa sensación de exquisita placidez que sentía con su sillita azul de mimbre. Para mí que era de cuero, porque su espalda cuando leía novelas policiacas se mantenía matemáticamente recta y en la de mimbre la postura es un poco asimétrica, desigual. ¡Qué olor tan insistente! .Fue directamente a la cocina a buscar el origen odorífero, todas las luces apagadas, inquilinos fingían dormir y ciertamente no tenía la menor intención de despertarlos. Giró sus ojos a la derecha. ¡Que plasma! Más fino, está groovie-groovie para ver mi serie preferida, claro yo sé que mi amigui Francia no me va a acompañar, pero no me importa. Reanudando su inspección, incapaz de sustraerse retornó su atención hacia la tosca replica. Me pregunto si alguna vez se le habrá ocurrido la idea de que él mismo sea una barata, decadente y asquerosa imitación. Terminada su búsqueda aventuró una salida meticulosa y silente. Convencido, determinó con vehemencia que aquella no era su casa, optó por la posibilidad de rechazar tan molesta aseveración, eso sí, simulando temperamento y firmeza. Los innumerables caminos recorridos, el azar implacablemente feliz, y el hastío, fueron las causas de que se negara a seguir escribiendo.
LIWIN ACOSTA
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