28 jul 2010

Después de todo



Contarles como fue mi vida mientras duró en la tierra no es importante, para no darles detalles la resumiré con la palabra “aburrida”; por alguna razón “alguien” consideró que era merecedor de vivir en el reino de los cielos.


Después de entrar ver a San Pedro y toda la cosa, después de que me dieran mi bata dorada y que me deleitara durante no se cuanto tiempo con lo blanco de las barbas del creador, comencé a deambular por las instalaciones del cielo… me visité cada rincón, me senté en cada nube, saludé con cariño a todos mis familiares y amigos que habían fallecido y hasta me sorprendí de ver a mi maestra de cuarto grado, que al parecer no era tan mala.


A pesar de haber hecho todo eso comencé a aburrirme, comencé a sentir que toda una eternidad con esa misma rutina terminaría desquiciándome.


Entonces me dispuse a buscar otras actividades; abría un pedacito de cielo y averiguaba la vida de mis conocidos en la tierra, de mis amigos de la escuela, de mi ex novia de la universidad, de esa chica nerd que siempre me miraba y de la mujer que fue mi esposa, me sorprendió verla tan feliz, no les contaré nada de lo que vi, les diré solamente que en ese momento me alegré de estar muerto.


Descubrí con tristeza que pude haber sido más feliz de lo que fui, que me perdí de mucha diversión, que tomé malas decisiones y que el mundo era más grande de lo que me dijo el televisor; y ahora estoy aquí, y mi destino es pasar una eternidad en esta prisión celestial.


No sé, siento que éste lugar no es para mí, una persona religiosa lo disfrutaría más que yo, mi madre estaría dichosa de poder entrar, yo me las arreglé para hacerle saber que estoy aquí, pero eso no me hace estar más tranquilo.


Durante un tiempo, no sé cuantos días pasaron porque en este lugar no hay calendario, estuve pensativo, todos me miraban y veían que era distinto a ellos, hasta que alguien se me acercó y me comentó que las almas como yo estaban hechas para ir a otro lugar, me dio una dirección y yo fui de inmediato.


En esa habitación le instalaban las alas a espíritus inquietos como yo y después de unas pequeñas indicaciones de “cómo ser un ángel” uno podía volar y visitar la tierra, a cambio sólo debías cuidar a un pequeño niño hasta que perdiera su inocencia.


Me pusieron las alas, al rato ya sabía volar, recibí las indicaciones y esperé; al otro día al salir el alba me asignaron a mi pequeño; de él solo les diré que su nombre es Rafael; pero sí les diré una cosa, no me sorprendió tanto saber que el cielo era real, lo que si me sorprendió fue saber que después de todo, eso del ángel de la guarda era cierto.

MARÍA DE LOS ÁNGELES LUGO

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