Cuando aquella violenta ráfaga de viento arrancó una nube de diminutos granos de arena, estos se alarmaron al comprobar que la ventolera había sido demasiado fuerte y que por primera vez, tras siglos de existencia, no volverían a caer junto a sus hermanos en los Médanos. – ¡Dios mío! ‐, gritaron, ‐¡nos separarán para siempre!‐. Durante algunos segundos sobrevolaron cujíes, calles adoquinadas, incluso una catedral, y algunos se volvieron negros y cayeron pesada y violentamente contra el asfalto. Sin embargo, otros granitos dichosos fueron a parar a un modesto bar, donde desde hacía muchísimos años, la amistad se servía con cerveza fría.
(Dedicado al Garúa)
Suso.
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