“¡Qué cosas
tiene la vida, se me murió mi Mercedes!”, pensaba Don Guillermo García,
mientras desayunaba un par de huevos duros y una rebanada de pan, que era lo
único que sabía preparar; desde hace más de media década había sido el esposo
de Mercedes Castillo, una mujer ejemplar, y ahora ella estaba muerta, y él se
encontraba otra vez desayunando solo, en la cocina de aquella casa solitaria,
la misma donde antes había pasado los mejores años de su vida junto a su mujer
y su hijo, y donde ahora sólo habitaban junto a él: los rumores de los recuerdos.
Ya había
pasado más de un mes desde la muerte de
su esposa y, a Don Guillermo lo último que lo mantenía con vida era la promesa
que le había hecho a la difunta, eso y la convicción cristiana de que sí existe
el más allá, y que después de la muerte podría reencontrarse con ella. Don
Guillermo no había recibido en la casa a nadie desde la última noche de los rezos,
ni una llamada telefónica, ya no recordaba la última vez que había visto a su
hijo; todo esto acrecentaba el terrible miedo que tenía de en verdad estar
muerto; debía hablar con alguien de inmediato, o verdaderamente comenzaría a
morir.
Al salir de la casa se encontró con calles nuevas y
desconocidas , aún encharcadas por la lluvia de la madrugada, los locales le
parecían extraños, y a las personas con que se topaba, las saludaba por mera
cortesía, no recordaba haberlas visto jamás.
Pronto se
dio cuenta que había olvidado la dirección adonde se dirigía, y resignándose a
que entonces no debía ser muy importante, introdujo sus manos en los bolsillos
del saco, para darse cuenta que no traía dinero consigo. “Ser jubilado tiene
sus ventajas”, pensaba, mientras se dirigía directamente al banco, donde lo
atendieron de inmediato por su condición de adulto mayor; para su sorpresa, la
cuenta estaba sin fondos, el último retiro se había realizado la semana
anterior desde una cuenta asociada, la de su hijo.
¡Esto es el
colmo!, dijo entre dientes, y salió decididamente del banco, directo a la casa
de su hijo, que al llegar no se encontraba, en cambio le abrió la puerta una
nuera quisquillosa que lo recibió sin sorpresa. Después de comer el mejor
almuerzo que había probado en días, se dispuso a esperar a su hijo en un mueble
de la sala, pasaron varias horas; ya estaba a punto de marcharse cuando llegó
su hijo, un hombre hecho y derecho que cariñoso le extendió sus brazos; Don
Guillermo no entendía el descaro, le replicó que lo hubiese dejado sin un
quinto para el resto del mes, y tanto fue su agite, el grado de exaltación que sufrió un infarto.
Cuando
despertó, miró a su alrededor y supo que estaba en una clínica, su hijo dormía
en el mueble para acompañantes y cuando le dieron de alta fueron juntos a casa;
durante el camino tuvieron tiempo para hablar, -Papá, se te están olvidando las
cosas, le decía ju hijo.
… Aquí
tienes dinero si te quieres comprar algo, la pensión la saqué del banco para
evitarte molestias, en la nevera tienes comida, yo mismo hice la compra, no
comas huevos todos los días que se te
sube el colesterol; sabes que no me mudo contigo porque mi mujer es muy
quisquillosa, y con el embarazo no sabes como se pone… el lado bueno es que el
bebé va a nacer pronto… y dejándolo en casa su hijo se marchó.
En un día
nuevo, Don Gerónimo despierta, se sirve dos huevos duros y una rebanada de pan,
que es lo único que sabe preparar, y lo único que come desde que murió Mercedes
Castillo, su esposa.
La soledad
lo abruma, piensa y tiene miedo de estar muerto, hace días que no habla con
nadie, y su hijo, ese que antes había llenado aquella inmensa casa de vida, no
lo viene a visitar desde hace meses, desde la última noche de los rezos.
Se pone su
saco, se dispone a salir y se pierde en las calles, aún húmedas por la lluvia
de la madrugada, otra vez va al banco para descubrir una cuenta sin fondos,
otra vez a casa del hijo para reclamarle el atrevimiento o la ausencia, otra vez
encuentra una nuera quisquillosa que le abre la puerta, esperar la llegada de
su hijo, para que otra vez le diga: -Papá, se te están olvidando las cosas…
María de los Ángeles Lugo, 2012
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