Lecointre, J. |
El 28 de diciembre, en pleno intercambio de libros, el que solemos hacer por las fechas y también aprovechando la ocasión para celebrar el cumpleaños veintiuno de Jesús Amalio, surgió la propuesta de escribir un ejercicio con la temática: Post-navidad/apocalíptica/grinchosa. Alguien dijo "Escribamos algo sobre el después de la navidad", otro "un enero post-apocalíptico", alguno agregó la palabra "grinch" (tal vez tuvo un mal día) y bueno, quedó pautado, en enero leeríamos la creación Post-navidad/apocalíptica/grinchosa, y ya. Para este ejercicio escribieron: Maylen Sosa, Suso González, Daniela Nazareth y Angélica Alvarado. Resultados:
*
por Maylen Sosa
Sobre el suelo permanecen
en la dispersión propia
de lo fragmentario
los restos del ágape
el sol se detiene
sobre los despojos
mientras los cuerpos
lentamente
emergen al magma del presente
bajo el ritual del cambio
se burla
la efigie de siempre
Post-Navidad
por Angélica Alvarado
Andando por la casa algo cedió bajo
mi pie izquierdo. Al levantarlo descubrí un desfigurado bracito de muñeca e
imaginé la plástica dueña de aquel miembro.
No fue mi intención arruinarlo, pero
la pista de obstáculos que formaban cajas medio llenas de adornos navideños,
medio vacías de peroles para el resto del año, sinfín de bombillitos y un cerro
de papel de pesebre, nublaban mi camino y mi ánimo. Llevan dos días así, mismo
tiempo que mamá en el hospital por el anoréxico intento de corregir todo lo que
devoró en estas últimas fechas.
Busqué la Barbie de último modelo que
mi hemanita pidió/lloriqueó/suplicó al Niño Jesús, por ella y su flamante Volvo
debí olvidarme de mis lentes nuevos: “llevas dos meses viendo borroso, nada
importa que esperes un poco más”, fue lo que papá alegó.
Y aquí está abandonada en el suelo,
amputada y junto al Volvo (que parece sufrió un feroz volcamiento), mientras mi
hermana se concentra en su próximo objetivo: los Reyes Magos.
En la casa de los Faulnert
por Daniela Nazareth
Click, click. Ya era el colmo, la niña faulnert seguía
hablando sobre sus sueños a oscuras y no
dejaba de repetir que la navidad había regresado con tijeras enormes. Los demás
estaban acostumbrados a las historias de la nena de 4 años. ¡CLICK CLICK! El señor faulnert se alteraba cada vez más, daba
saltos en la planta baja de la casa, desde la cocina se le escuchaba maldecir
a 6 políticos señalando con su dedo índice
erecto hacia arriba, hacia los cuartos, como si estos hombres fuesen unos
de sus hijitos castigados. CLICK, CLICK!
El peinado de mamá estaba quedando tan lindo, todo para nada. Click, Click. El pollo se quemó en el
horno porque el pequeño reloj eléctrico
se había desconfigurado y no logró tocar la alarma a las 8. La navidad regresó
con tijeras enormes mamá, cállate, no arruines más la cena. Shhh. Click. Los grandes toman vino en
copas de grandes en la sala. Lo grandes celebran el posible cese de apagones de
5 minutos, ¡CHIN CHIN!, resuenan las
copas bailarinas, felices, luego chac
chac chac chac chac… Silencio,
una especie de pasa arrugada, arrugadísima y encorvada hace presencia en la habitación,
dejando un caminito de sangre luego de
su descenso lentísimo por las escaleras, con su traje azul cielo, su delantal
de flores blancas, la señora del jardinero estuvo jugando con las herramientas,
con su cabello blanco y sucio, con sus
ojos casi no ojos catarrosos y saltones que ahora se posan fijamente en la
gente grande cuando exclama: el trabajo
está hecho.
Crónica desde el cruce o así mueren
las tradiciones.
por Suso González
Definitivamente el cruce de los 3 Platos se había
convertido en uno de los más peligrosos de la ciudad. Los maleantes fundían las
luces de las farolas y saboteaban los semáforos para, al abrigo de la
oscuridad, asaltar a los transeúntes y conductores más despistados. Además se
producían múltiples accidentes fruto de la oscuridad, la imprudencia y el
alcohol.
Cuando esa noche del 24 de diciembre se recibió en la
oficina del CICPC la enésima llamada alertando de un accidente en el maldito
cruce, el sargento Francisco Brito nunca hubiera imaginado el escenario que se
encontraría. Las luces de los autos y los reflectores de las camionetas dejaban
ver cuatro cuerpos con los miembros y
vísceras esparcidos por el asfalto en un radio de más de treinta metros. Unas
tablas de madera unidas a dos grandes palas de metal, colgaban como un lúgubre adorno
de navidad de uno de los grandes álamos de la esquina. A uno y otro lado del
cruce aparecían pequeñas montañas trituradas de carne, de las que sobresalían largas
patas con pezuñas y restos astillados de cornamentas. Lo más extraño era el
aroma a incienso y mirra que inundaba el ambiente. El sargento Brito supo enseguida
lo que había ocurrido, se agachó, tomó un pequeño cofrecillo de oro que yacía
al lado de uno de los cadáveres, y se lo guardó disimuladamente en el bolsillo.
Más tarde comentaría: “¡Malditos maleantes!”.
Las tres coronas
aparecieron entre las flores de un jardín cercano justo al amanecer,
justo antes de que la estrella del sur despareciera del firmamento para
siempre.
Suso González. 22 de enero de 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario